En ese momento, a 300 kilómetros de la playa más cercana, lo que más le apetecía era descalzarse y ponerse a caminar por la arena, en la mayor soledad y silencio, tan sólo el ruido de las olas, como cuando en verano se levantaba para ver amanecer y el día despertaba estando sola alli para recibirle.
Srta. Marta, 2009
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